En el sur del mundo
Latinoamérica es para la literatura una fuente inagotable de relatos. Las marcas violentas del descubrimiento de estas tierras aun persisten como herida y como fuente de nuevas injusticias. No obstante, en el entramado de difíciles vínculos , podemos encontrar historias de encuentros entre seres creíbles y amables.
Estos son tiempos en los que mucho se habla de acercamiento e inclusión, de rescate de lenguas y culturas originarias, de sus bienes, territorios y derechos. Es la escuela uno de los ámbitos de trabajo por excelencia al respecto, que varias, sino todas, asignaturas pueden y deben poner en un lugar destacado de saberes impregnados de valor y compromiso. La literatura es generosa para acercar a los niños a los nuevos sentidos de justicia y otredad.
En el sur del mundoChubut, 1866
Dylan recorrió la playa chata del río. Le gustaba vagabundear por ese paraje desierto cada vez que su padre no lo necesitaba. Buscaba piedras veteadas y caracoles, los más raros y de colores brillantes que pudiera encontrar. De vez en cuando miraba su caballo, atado a un matorral, y el humito de alguna chimenea que, a lo lejos, se deshacía en el aire. En este país, decía su padre, apenas uno se alejaba un poco las cosas parecían perderse en la planicie y el vacío. El viento le castigaba la cara, volándole el pelo lacio y rubio, pero Dylan ya estaba acostumbrado al viento de la Patagonia. Soplaba desde el otro lado del mar, sin obstáculos, barriendo la superficie del agua y levantando olas enormes que venían a explotar, turbulentas, en la costa, a unas veinte millas de allí. A los pocos días de llegar, una noche, el doctor WiIliams le mostró un mapa en el que se veía el enorme espacio vacío del Atlántico sur. Si salieran navegando hacia el este dijo, en algún momento tropezarían con Australia. Ése había sido otro de los destinos posibles para él y su familia, sin embargo su padre se había decidido por la Argentina y por aquel lugar tan al sur del mundo, tan lejos de su país natal. Trepó la suave ribera y empezó a practicar puntería con las piedras. Se agachaba, buscando cantos rodados entre el pasto duro, cuando el corazón se le trepó a la garganta. Huellas claras de caballos removían la tierra y se extendían varios metros por la orilla del río. Instintivamente levantó la cabeza: ¡indios! Miró hacia las casas que a la distancia se vieron más insignificantes y desamparadas que nunca. En el oeste, sobre el horizonte, volaba una nube de polvo gris. Dylan echó a correr, montó de un salto y se largó en un galope desenfrenado hacia las casas. Cuando llegó, lo primero que vio fue a su padre arreglando el techo del cobertizo —¡Padre! John Hughes se dio vuelta ante el grito de su hijo mayor. Sonreía. —Dylan, ¿qué te pasa? ¿Viste un fantasma? —¡Padre, indios! La cara de su padre se demudó. De inmediato dejó las herramientas en el suelo y lo tomó por los hombros. —¿Dónde? ¿Estás seguro? —Huellas de caballos cerca del río, unos cinco o diez, después van para el oeste. Su padre reflexionó un momento. —No digas nada en la casa, ni a tu madre. A ella menos que menos. ¿Comprendiste? Acongojado por la preocupación de su padre Dylan sólo pudo mover la cabeza, asintiendo. Su madre daría a luz en cualquier momento y aquélla sería una noticia terrible. Con expresión sombría su padre miraba al sudoeste, el lugar por donde, según los habían prevenido las autoridades de inmigración en Buenos Aires, podían aparecer aquellos extraños llamados tehuelches. ¿Sería posible que intentaran algo? Sin quitar la mirada del horizonte, su padre habló: —Corre a lo del doctor y, a solas, le cuentas lo que has visto. Cuando vuelvas a casa dices que Williams me llama para hablar de algo. Así no inquietamos a tu madre. ¡Corre! Dylan saltó limpia la valla y en segundos cubrió los cien metros que separaban su casa de la del doctor Williams. Cuando entró, la señorita Jessie se estaba despidiendo. Con una gran sonrisa el doctor dijo: —¿Qué? ¿Tu madre, ya … ? Dylan dijo que no era eso y siguió al doctor dentro del cuarto que hacía de recibidor, dormitorio y sala de consulta. Atropelladamente dijo lo que su padre le había ordenado. En silencio, el médico se acercó a la ventana y miró en la misma dirección que su padre. Dylan también miró el paisaje desolado. ¿Qué podrían hacer ellos, pacíficos colonos, en caso de que los indios atacaran? Ni siquiera tenían caballos suficientes para que las mujeres huyeran. Y ¿adónde? El poblado más cercano estaba a cientos y cientos de millas. El miedo lo hizo tiritar, pero no dijo nada. Fue el doctor quien habló. —Que tu padre venga en una hora. Voy a buscar a los demás para decidir qué hacer —el doctor lo miró—. Hijo, ¿estás seguro de que eran indios? —Sí, señor —dijo Dylan. —Bueno, tal vez nos estén observando. Tal vez tengan curiosidad. El mes que viene hace un año que llegamos y jamás los hemos visto. No siempre hay que pensar lo peor. —Le dio una palmada en la cabeza y lo mandó de vuelta. En su casa, su padre cerraba las cercas del corral de las ovejas. Su madre preparaba el té en la enorme cocina de hierro y sus hermanos más chicos jugaban en el piso con la caja de los soldados. Todo estaba igual, pensó Dylan y sin embargo todo había cambiado. Su madre giró para alcanzar las tazas de la alacena y su vientre combado se recortó contra la claridad de la ventana. —Dylan, querido, por dónde has andado hoy, se puede saber. Ya es la hora del té. La sonrisa de su madre era algo especial, tan bondadosa, que a Dylan una punzada le atravesó la boca del estómago. Jamás se quejaba y atendía a todos con una alegría auténtica que le brotaba del corazón. Hombres y mujeres de la aldea la querían por igual y para cada uno tenía las palabras justas. Pensó en el nacimiento y con un golpe de pánico fue a lavarse las manos para disimular. ¿Qué iba a ser de su madre en caso de un ataque de los indios? ¿Y si justo era el momento en que su hermano pedía nacer? Sin duda su padre y el doctor Williams y los demás sabrían qué era lo mejor para todos. Tal vez las cosas fueran como dijo el doctor y no había de qué preocuparse. —¿Te pasa algo, Dylan? La cara de su madre se asomaba por el marco de la puerta. —Nada, madre. Vengo de la casa del doctor. Dice que padre vaya, que quiere hablar de algo con él. Y enseguida agregó: —Dijo que yo también fuera. —¿Ah sí? Entonces serán cosas importantes, que deberán tratar los hombres solos.
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La autora
Es doctora en Lingüística y Profesora en Letras Modernas de la UBA y participa de proyectos de su Instituto de Lingüística. Es miembro del CONICET, donde entre otros temas investigó sobre: «Fracaso escolar en niños por debajo de la línea de pobreza».
Fue editora, junto a su compañero Abelardo Castillo y otros escritores, de las revistas literarias El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco, ésta última una publicación de resistencia cultural durante la dictadura militar (76/83). Escribe ficción y ensayos, entre éstos se destaca: Tierra del Fuego, una biografía del fin del mundo que obtuvo el premio Eikon en «Comunicación con la Comunidad». Sus cuentos se incluyen en antologías argentinas y extranjeras. Integró jurados para numerosos premios literarios, participa como expositora y organizadora en congresos y jornadas académicas nacionales e internacionales. Forma parte de y colabora con diversas asociaciones proteccionistas y es colaboradora de Greenpeace.
Accedé a un reportaje en el que la autora relata el contexto en el que concibió este relato y los otros que componen «En el sur del mundo», y al cuento «El Faro» que también integra ese libro. |
Sobre el cuento
El personaje de Dylan se asemeja a la situación del relato: una existencia en tiempos de novedades y cambios que producen tanto esperanza como temor. El niño, ávido de participar tanto de los juegos de la infancia como de los sucesos comunitarios, nos lleva de su mano por los avatares del misterio: el otro, el distinto.
El lector va anticipando y confirmando o no sus presunciones transportado por la tensión
La autora describe el paisaje casi como un personaje más que arroja signos inquietantes y suscita en los colonos la ambivalencia entre el sentirse extranjeros y el deseo de fundar un lugar propio y entrañable. Finalmente, la escena universal de la maternidad genera un lazo de identidad y comprensión.
En el último año de primaria, leer un relato que lleva al lector a tiempos, lugares y culturas que alguna vez verá como propios de su patrimonio, será realmente comprensible e interesante si hay un camino previo que se le lleva a transitar desde los primeros grados.
Un contexto posible para esta lectura
Este cuento es apropiado para leer desde el final del segundo ciclo o en el tercero , ya que requiere cierto nivel de conocimientos históricos, geográficos y manejo de recursos para apropiarse de ellos, como lectura de mapas, fotos, documentales, museos, ficciones, que amplíen el contexto y la fuerza de este relato.
No se trata de proveer este marco con el objetivo de entender los productos literarios al respecto, sino de un compromiso de la escuela y su comunidad para dar un lugar privilegiado en cada etapa de la primaria a esta problemática y a su vigencia. Por lo pronto, nuestras Islas Malvinas han sido declaradas este año como «Territorio en disputa» en el marco de la Celac1,y ya no es «Territorio europeo de ultramar».
No se trata de enseñar historia y geografía para comprender la literatura ni tampoco de enseñar literatura para partir de ella hacia otros contenidos, al menos no en un orden o con un criterio rígido que priorice unos objetivos sobre otros, sino de entramar creativamente textos y contextos, sentidos y expresiones, redes entre lo semejante y lo diverso.
Producción
Este relato y otros del libro, permiten expandirse en actividades de producción más que otros. Llegado el momento de comentar lo leído, los conocimientos previos acudirán a cada niño, además de los afectos que pueda suscitar. De allí en más, en casos como el de este relato, pueden abrirse muchos caminos que cada maestro sabrá acompañar.
Pueden escribirse reseñas de presentación y recomendación a otros grupos o a las familias, teatralización de algunos tramos, sobre todo del final, en el cual se destaca el valor del lenguaje gestual, las actitudes, las miradas que la autora construye magistralmente con la palabra escrita.
Estos relatos de colonos y colonizados, de esclavitud y liberación, de descubrimiento del otro y del conflicto infinito de las relaciones humanas y las diferencias que permiten reconocer al otro como semejante en su diferencia, son universales. Han sido materializados por autores como Jack London y Joseph Conrad que merecen ser conocidos por nuestros estudiantes. A veces , la expansión de los efectos de una buena lectura escolar consiste en recomendar libros para leer en casa sin otro propósito que la expansión del mundo interno, la imaginación y el espíritu de la aventura.
Notas
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