Ema Wolf: un absurdo creíble
Ema Wolf es una autora de prosa ingeniosa repleta de imágenes originales y expresiones coloquiales. Su escritura muchas veces presenta giros inesperados, y exageraciones cómicas que se suceden en una apacible prosa coloquial a veces orilla el humor negro.
Un artistaTengo que contar lo que pasa con mi abuela Eugenia. Mi abuela Eugenia ama las artes. Todas las artes. Cualquiera. |
Accedé a la biografía de Ema Wolf ya publicada en este Portal cuando compartimos su cuento |
Ema Wolf se planta en las antípodas de las líneas pedagógicas que, hasta mediados del siglo XX, cincelarían la idea del modelo ideal de lector, la formación del educando y el cuestionamiento de cuáles son los contenidos más adecuados para las distintas edades.
El cuento de la abuela pintora
«Un artista» es un cuento encantador —qué duda cabe—, pero no se agota en su lectura, si sabemos hurgar en las connotaciones que tiene la historia.
Pensemos en la protagonista, la abuela de la familia, que, devenida en artista, busca plasmar el mundo de la manera más realista posible. No hay límites para su afán de inmortalizar distintos sectores del mundo natural, empezando por las frutas. ¡Qué principios éticos ni ocho cuartos! Las peras, las uvas, las manzanas están ahí solamente para que ella les dé vida eterna en una tela. Hasta aquí la narración, pero echemos un vistazo al narrador, al contexto de la protagonista.
El narrador en primera persona consigna los hechos, pero no censura ni descalifica. Los desbroza en etapas que dependen de las estaciones del año y los consigna con toda naturalidad. Cosas de la abuela, no de los «adultos mayores» que hacen pavadas y no hay que tenerlos en cuenta, según reza la literatura dedicada a la ¿tercera o cuarta edad? La familia respeta el proyecto de la pintura, y la abuela hace y deshace a su antojo. Los hijos la cuidan y, cada tanto, tienen que salir a apagar algún incendio con los vecinos que, muy a su pesar, van a seguir sufriendo el asedio de la abuela a sus árboles frutales.
Hay un proyecto de vida, paciencia, una mirada comprensiva y tierna y el lector se va adentrando en ese mundo de la creación, que apasiona a todo artista.
Y más aún, no hay moraleja ni didactismo, lo que nos conecta con el criterio contemporáneo con que se enfoca la literatura infantojuvenil.
Ema Wolf se planta en las antípodas de las líneas pedagógicas que, hasta mediados del siglo XX, cincelarían la idea del modelo ideal de lector, la formación del educando y el cuestionamiento de cuáles son los contenidos más adecuados para las distintas edades.
Frente a esa actitud de convertir el placer de la lectura en material de educación moral, la obra de Ema Wolf plantea la posibilidad de lectura alternativa, y fuera de la tradición de aceptación social. Y el cambio de criterio del que hablamos se ha ido cultivando en la Argentina a partir de los años sesenta, aproximadamente. En esas líneas de renovación que incluyen la realidad cercana y valores progresistas, se ubican también Graciela Montes, Graciela Cabal, entre otros autores. Y en la genealogía de esta transformación del género está el legado de María Elena Walsh, Javier Villafañe, grandes innovadores, si los hay.
En el oficio literario de Ema Wolf, entre sus herramientas habituales, sobresalen los recursos del buen narrador oral, que se plasman en el escrito. Por ejemplo, el inicio del cuento in media res, es decir el quiebre con la tradición de empezar con una situación inicial en la que irrumpe el conflicto que desencadena la secuencia de acciones, lo que permite que el relato arranque desde la cotidianeidad de acciones habituales: la abuela que pinta la naturaleza.
También la concentración de acontecimientos está encaminada hacia una catarsis final; un intenso absurdo cómico, que bien nos recuerda a los juegos infantiles, y que interrumpe la tensión dramática; o la transformación de los roles que ejecutan los personajes tradicionales de los cuentos infantiles, como por ejemplo, la abuela ladrona de frutas en el cuento que nos ocupa.
Ema Wolf concibe a los lectores reales como entes existentes y abandona la idea estática sobre el lector ideal; para ella, los lectores eligen lo que les gusta leer, pero son esos mismos lectores los que llegan a la escuela y olvidan por qué eligieron un libro de la biblioteca del aula. En la escuela, los manuales de texto nos convencen, como la buena tradición mantenida, de generación en generación, de que los textos canónicos, los clásicos, son los únicos válidos. Y esa convicción es la que hay que modificar para que el niño lector se convierta en un adulto lector, activo participante del pacto escritor-lector que establece la literatura.
Es por ello que, a la hora de trazar sus historias, Ema Wolf se imagina un lector siempre presente que, pasado el tiempo, querrá elementos distintos de los que ella misma querría. No piensa en edades, no piensa en temas que interesen a los niños o jóvenes porque, con sencillez, Ema Wolf inventa historias que le gustan a ella, o a cualquiera, para que, siempre con idéntica intención en todas sus obras, se goce de un buen rato de lectura, sin ninguna otra finalidad pedagógica.