La formación del lector
Formar lectores no es sencillamente leerles los mejores cuentos, poemas, novelas para abrir espacios de comentario sobre sus efectos o de busca de recursos y estilos, o contextualizar adecuadamente las lecturas.
Formar lectores, es, además, no ejercer censura a los gustos ni a los materiales que los chicos eligen, pero cuidar la calidad de lo que se les acerca para que, abastecidos de lo bueno y de lo no tan bueno, ejerzan su derecho a elegir sin que les haya faltado información, diversidad, cantidad y calidad al respecto. Pero hay un aspecto fundamental que no reside en el texto elegido: la diversidad de modos de leer no solo según cada género sino según cada propósito lector.
A esta altura conviene aclarar que el contacto con un solo tipo de textos o con escasos tipos de textos puede dar como resultado una instrucción alfabética razonable pero jamás será suficiente para formar lectores. El despliegue de las destrezas propias del lector sólo se desarrolla y fortalece mediante el contacto con textos que pueden ser contrastados entre sí.
Teniendo en cuenta estas ideas, cabe aclara que si en esta sección se prosigue trabajando específicamente alrededor del texto literario porque es el que más se ha leído lejos de su esencia gratuita, pero adhiriendo a que la diversidad de géneros en las aulas es fundamental.
Formar lectores literarios supone proveer lo que no es literatura para aprender también por contraste de usos, intenciones lectoras, necesidades por satisfacer, etc.
El lector autónomo
De eso habla extensamente García Márquez: “Una de los personas inolvidables en mi vida es la profesora que me enseñó a leer, a los cinco años. Era una moza bonita y sabia, que no pretendía saber más de lo que podía, y era tan joven que con el tiempo acabó siendo más joven que yo. Era ella la que nos leía, en clase, los primeros poemas. Recuerdo con la misma gratitud al profesor de literatura del colegio, un hombre modesto y prudente que nos conducía por el laberinto de los buenos libros sin interpretaciones rebuscadas. Este método posibilitaba a sus alumnos una participación más personal y libre en el milagro de la poesía. En síntesis, un curso de literatura no debería ser más que una buena guía de lecturas. Cualquier otra pretensión no sirve nada más que para asustar a los niños. Pienso yo, aquí entre nosotros”1.
Sobre lo mismo se explaya Marcela Carranza2: «Utilizar la literatura para la transmisión de un mensaje (no importa de qué tinte ideológico estemos hablando), no sería otra cosa que valerse de un instrumento sofisticado para convencer al lector acerca de alguna verdad dada. En el caso que nos ocupa (el de una verdad de tipo moral) de lo que se trata es además de exhortar al lector a actuar de una manera determinada. No estamos lejos por lo tanto de la función propia de la publicidad, la propaganda, el panfleto o el sermón». Y agrega evocando a Jorge Larrosa3: «Toda ficción, todo relato, puede leerse desde la búsqueda de una enseñanza, un mensaje que supuestamente el autor ha depositado en el texto para ser develada por los lectores. Todo texto literario, por lo tanto, puede ser leído alegóricamente, como si se tratase de una parábola bíblica. La búsqueda de un mensaje moral en los textos literarios sería entonces ante todo una modalidad de lectura».
Accedé al artículo del poeta colombiano «Defensa del Lector» que plantea en tono irónico y reflexivo el tema de la formación de lectores |
Abrir corredores a la fantasía
Nuestra intención lectora, nuestro modo de abordar un texto es parte de su sentido. Eso significa que no solo creamos, dilucidamos, trasmitimos sentido, sino que también podemos comandar, imponer, cercenar, conducir el sentido hacia lugares y contenidos que creemos valiosos, pero como una imposición de algo en detrimento de la posible creación rica, múltiple y diversa de otros lectores, nuestros niños.
Pennac brega por los derechos del lector ¡aún el de no leer! – pero también por el debido respeto a la esencia de lo literario, del arte: su inutilidad, su estar hecho para el goce. Y recordando con qué gratuidad contamos cuentos a nuestros muy pequeños hijos nos dice: “¡Qué pedagogos éramos cuando no nos preocupábamos por la pedagogía!”4.
Leer por disfrute es del orden de lo íntimo, es intemporal, es solitario nada pedagógico y parece contradecirse con una educación sistemática tradicional que no deja solos a los niños, los agrupa, dirige, controla, lleva y trae por caminos sin laberintos. Sin embargo las lecturas compartidas y comentadas también ha sido un uso social real y de gran riqueza cultural que la escuela puede instrumentar, tanto como el de crear momentos de lectura individual, silenciosa y a elección. En la literatura hay seres y sucesos buenos, malos, inocuos, indefinibles, misteriosos y de muchas clases más pero no están ahí para hacernos buenos o malos a nosotros sino para ser, para que el mundo se ramifique en otros mundos a la hora en que abrimos más y más corredores de la fantasía.
Colofón
Formar lectores de literatura también es ofrecer no solo textos para disfrutar sino climas, ámbitos y modos de leer que guarden armonía con la gratuidad del arte. A esta altura cabe aclarar que cuando hablamos de disfrutar no proponemos cuentos donde edulcorados y con final feliz, incapaces de suscitar pena a los niños y las niñas. Disfrutar de la literatura no es solo reír y celebrar o padecer y soportar determinados hechos y personajes, sino y sobre todo ser receptivos al arte de contarlos.
El riesgo pedagógico entonces reside en que, al tener el poder de tomar ciertas decisiones de las que dependen nuestros hijos y nuestras hijas, nuestros alumnos y nuestras alumnas, los estemos domesticando antes que promoviendo como sujetos autónomos. No se trata de sostener una «liberación precoz» de los pequeños y las pequeñas hacia un ejercicio anárquico e impulsivo de sus antojos, sin guías ni propuestas, muy por el contrario. Tampoco se reniega de la imprescindible formación ética y ciudadana. Se trata de asumir que no es lo mismo imponer sentidos cercenando la polisemia de lo literario, que invitar a interrogarnos por el sentido y abrir discusiones con alto margen de despliegue de cada subjetividad en los espacios sociales que solo la escuela puede habilitar en lo cotidiano.
Notas
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