La gota de agua
Este relato de apariencia ingenua ofrece una gran riqueza metafórica, tanto en las descripciones como en la paradoja de que lo mínimo esconde grandes revelaciones. Quizá los hechos sean un pretexto para desarrollar ideas profundas bajo comentarios casuales. Invitamos a maestros y alumnos de diversos ciclos a compartir dos cuentos y dos relatos de vidas poco comunes.
El cuento
Podríamos leer el cuento como los viejos miran la gota, dispuestos a ver más allá. ¿Ese brujo peligroso será un investigador con su microscopio tiñendo preparados?
El autor crea un narrador que nos habla con saberes del S. XIX, en el cual la ciencia fue un baluarte del progreso; pero la frase «He aquí que vivía en otro tiempo un viejo…» nos lleva a épocas remotas, cuando los ávidos de saber producían desconfianza –y si manipulaban instrumentos, hierbas, líquidos, eran brujos–, y los conquistados por Europa eran «salvajes desnudos», corregibles antes que comprensibles.
El autor juega con frases interpretables como críticas humorísticas a la vida de su tiempo y a las supersticiones antiguas: los comentarios remiten al vértigo competitivo urbano, y que uno de los personajes no tenga nombre evoca al diablo: «el innombrable».
Esta no es más que una mirada de las tantas que despierta el relato, en el que cada uno entrama sus ideas con las que inauguró el autor. La realidad es más que lo aparente, un buen cuento también.
Accedé al video «El viaje de una gota de agua» para iniciar a los niños y las niñas en la comprensión del ciclo del agua.
El autor
Hans Christian Andersen (Dinamarca 1807- 1875). Dice Brooke. Allen1: «En una época en que las historias infantiles eran exclusivamente morales y didácticas, él revolucionó el género con el humor, la anarquía y la tristeza de la gran literatura». «…era consciente de ser pionero de un nuevo género. “Los escribí de la manera en que se los contaría a un niño”, le confió a un amigo… »
Andersen nació pobre, su madre era una lavandera alcohólica y su padre un zapatero enfermizo e ilustrado que le construyó un teatro de títeres para los que Hans cosía trajes. El padre murió cuando el autor tenía once años. La madre, muy cariñosa, respaldó su talento. Las condiciones que a otros les cierran caminos se allanaron con inteligencia y entusiasmo; gente adinerada lo ayudó a terminar el bachillerato. Desde muy joven leyó a los grandes autores, fue un modelo de autodidacta.
La sirenita y El patito feo son parte de incontables infancias. Inspirado en tradiciones populares, narraciones mitológicas alemanas y griegas, y experiencias personales, escribió ciento sesenta y ocho cuentos; también teatro, poemas, novelas y su autobiografía. Para ser cantante de ópera y bailarín –aunque no mostró cualidades ni disciplina al respecto– se trasladó a Copenhague, donde algunos lo tomaron por loco; pero cultivó amistades de artistas y la del escritor Charles Dickens. El rey Federico VI de Dinamarca lo ayudó a seguir estudios académicos que no fueron de su agrado y a viajar, de lo cual disfrutó mucho.
Acostumbraba a narrar con su voz los cuentos que le dieron fama. Siendo niño, un soldado de las tropas napoleónicas enviadas a Dinamarca lo alzó, sonriente, y le dio a besar una medalla de la Virgen, para alegría de su muy religiosa madre. Ese gesto le inspiró El soldado, que musicalizaron Shuman y Grieg.
Recibió en vida muchos honores. Fue nombrado Consejero de Estado y Ciudadano Ilustre de Odense, su ciudad natal. En su homenaje existe, desde 1956, el premio Hans Christian Andersen de Literatura Infantil, al que fueron candidatas por Argentina Graciela Montes y Ema Wolf.