La gota de agua

Este relato de apariencia ingenua ofrece una gran riqueza metafórica, tanto en las descripciones como en la paradoja de que lo mínimo esconde grandes revelaciones. Quizá los hechos sean un pretexto para desarrollar ideas profundas bajo comentarios casuales. Invitamos a maestros y alumnos de diversos ciclos a compartir dos cuentos y dos relatos de vidas poco comunes.

La gota de agua

Hans Christian Andersen

Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coloca delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos; sin embargo, están allí, no cabe duda. Se diría casi un plato lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y satisfechos a su manera.
He aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban Crible-Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así, peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos, examinando una gota de agua que había extraído de un charco. ¡Dios mío, qué hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga saltar y brincar, venga a zamarrearse y devorarse mutuamente.
—¡Qué asco! —exclamó el viejo Crible-Crable—. ¿No habrá modo de obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas?
Y piensa que te piensa, como no encontraba la solución, tuvo que acudir a la brujería.
—Hay que darles color para poder verlos bien —dijo, y les vertió encima una gota de un líquido parecido al vino tinto, pero que en realidad era sangre de hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.
—Si adivinas lo que es —respondió Crible- Crable—, te lo regalo; pero no es tan fácil acertarlo, si no se sabe.
El brujo innominado miró por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable a una ciudad donde toda la gente corría desnuda. Era horrible, pero más horrible era aún ver cómo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y arañaban, mordían y desgreñaban. El que estaba arriba quería irse abajo, y viceversa.


—¡Fíjate, fíjate!, su pata es más larga que la mía. ¡Paf! ¡Fuera con ella! Ahí va uno que tiene un chichón detrás de la oreja, un chichoncito insignificante, pero le duele, y todavía le va a doler más.
Y se echaban sobre él, y lo agarraban, y acababan comiéndoselo por culpa del chichón. Otro permanecía quieto, pacífico como una doncellita; sólo pedía tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincón: tuvo que salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.
—¡Es muy divertido! —dijo el brujo curioso.
—Sí, pero ¿qué crees que es? —preguntó Crible-Crable—. ¿Eres capaz de adivinarlo?
—Toma, pues es muy fácil —respondió el otro—. Es Copenhague o cualquiera otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.
—¡Es agua del charco! —contestó Crible-Crable.

 

 

El cuento

Podríamos leer el cuento como los viejos miran la gota, dispuestos a ver más allá. ¿Ese brujo peligroso será un investigador con su microscopio tiñendo preparados?
El autor crea un narrador que nos habla con saberes del S. XIX, en el cual la ciencia fue un baluarte del progreso; pero la frase «He aquí que vivía en otro tiempo un viejo…» nos lleva a épocas remotas, cuando los ávidos de saber producían desconfianza –y si manipulaban instrumentos, hierbas, líquidos, eran brujos–, y los conquistados por Europa eran «salvajes desnudos», corregibles antes que comprensibles.
El autor juega con frases interpretables como críticas humorísticas a la vida de su tiempo y a las supersticiones antiguas: los comentarios remiten al vértigo competitivo urbano, y que uno de los personajes no tenga nombre evoca al diablo: «el innombrable».
Esta no es más que una mirada de las tantas que despierta el relato, en el que cada uno entrama sus ideas con las que inauguró el autor. La realidad es más que lo aparente, un buen cuento también.

Accedé al video «El viaje de una gota de agua» para iniciar a los niños y las niñas en la comprensión del ciclo del agua.

 

 

El autor

Hans Christian Andersen (Dinamarca 1807- 1875). Dice Brooke. Allen1: «En una época en que las historias infantiles eran exclusivamente morales y didácticas, él revolucionó el género con el humor, la anarquía y la tristeza de la gran literatura». «…era consciente de ser pionero de un nuevo género. “Los escribí de la manera en que se los contaría a un niño”, le confió a un amigo… »
Andersen nació pobre, su madre era una lavandera alcohólica y su padre un zapatero enfermizo e ilustrado que le construyó un teatro de títeres para los que Hans cosía trajes. El padre murió cuando el autor tenía once años. La madre, muy cariñosa, respaldó su talento. Las condiciones que a otros les cierran caminos se allanaron con inteligencia y entusiasmo; gente adinerada lo ayudó a terminar el bachillerato. Desde muy joven leyó a los grandes autores, fue un modelo de autodidacta.
La sirenita y El patito feo son parte de incontables infancias. Inspirado en tradiciones populares, narraciones mitológicas alemanas y griegas, y experiencias personales, escribió ciento sesenta y ocho cuentos; también teatro, poemas, novelas y su autobiografía. Para ser cantante de ópera y bailarín –aunque no mostró cualidades ni disciplina al respecto– se trasladó a Copenhague, donde algunos lo tomaron por loco; pero cultivó amistades de artistas y la del escritor Charles Dickens. El rey Federico VI de Dinamarca lo ayudó a seguir estudios académicos que no fueron de su agrado y a viajar, de lo cual disfrutó mucho.
Acostumbraba a narrar con su voz los cuentos que le dieron fama. Siendo niño, un soldado de las tropas napoleónicas enviadas a Dinamarca lo alzó, sonriente, y le dio a besar una medalla de la Virgen, para alegría de su muy religiosa madre. Ese gesto le inspiró El soldado, que musicalizaron Shuman y Grieg.

Recibió en vida muchos honores. Fue nombrado Consejero de Estado y Ciudadano Ilustre de Odense, su ciudad natal. En su homenaje existe, desde 1956, el premio Hans Christian Andersen de Literatura Infantil, al que fueron candidatas por Argentina Graciela Montes y Ema Wolf.