María Montessori: una mujer que hizo Escuela
María Montessori fue la pedagoga más importante de su tiempo. Sus observaciones científicas con niños psiquiátricos la impulsaron a crear un modelo educativo universal. Hizo especial hincapié en la importancia del ambiente y se centró en estimular la creatividad de los niños, afirmó durante toda su vida un lema sencillo e inspirador: «el aprendizaje debe producir felicidad».
Nació en 1870, como María Tecla Artemisia Montessori Stoppani, en una familia católica y rigurosa de Chiaravalle, Ancona, en el este italiano. Pasada su infancia, inició estudios en ingeniería y biología. Pero su vocación más fuerte, a la que su padre —un militar duro y estricto— debió ceder pese a su marcada oposición, fue la Medicina.
No solo su progenitor se oponía a esa decisión. En su época, cabe recordar que a la mujer le estaba vedada esa profesión considerada masculina. Fueron grandes los obstáculos, pero su tenacidad pudo más y se graduó en 1896 con excelentes calificaciones.
Poco tiempo después, su evidente capacidad y la notoriedad que le trajo ser la primera médica de su país le permitieron ingresar en la Clínica Psiquiátrica Universitaria de Roma. Allí inició su tarea con niños con distintas deficiencias y trastornos psiquiátricos, una experiencia que la marcaría profundamente y que está en el origen de su monumental obra.
Niños en riesgo
Fue en la Sección Neurología de la citada clínica donde Montessori comenzó a aplicar métodos experimentales, diferentes a los tradicionales. Probaba y anotaba, con obsesión y cariño, cada avance. Logró así que varios niños con graves patologías pudieran aprender a leer y escribir.
El secreto, decía, estaba en darle al pequeño la conciencia de su capacidad de actuar sin depender de un adulto. Pensaba que no había que moldear a los infantes a la manera de sus padres o sus maestros sino que ellos, en su propia interacción con ambientes adecuados, se formarían a sí mismos. Incluso aquellos con deficiencias pronunciadas, como eran sus pacientes. «Padecen, a menudo, más problemas pedagógicos que médicos», afirmaba.
En su modelo, cada niño formula sus propios conceptos y aprende haciendo. Por encima de un docente dominante, es el infante quien, a partir del material didáctico, va estableciendo su propio proceso, con sus tiempos individuales no reglamentados previamente.
Presentó esas conclusiones en el Congreso de Pedagogía de Turín, en 1898, lo que le valió que el ministro de Educación creara y la pusiera al frente de la Escuela Magistral Ortofrénica, un hito en la educación especial, en la que ella se desempeñó durante dos años y donde logró innumerables avances.
A partir de estas experiencias, comenzó a elaborar la teoría que recorrería el mundo, pero esta vez, para ser aplicada a toda clase de niños. Así, en 1907, con ayuda de la administración pública inauguró «La Casa dei Bambini», donde enseñó a cincuenta chicos de dos a cinco años.
De la experiencia al método
La Casa del Niño fue abierta en el barrio popular de San Lorenzo. La Roma profunda, donde no siempre llegaba la gestión estatal y los sistemas tradicionales solían naufragar frente a la pobreza. Montessori sistematizó allí sus ideas, en un incipiente método de educación infantil. Posteriormente publicado y traducido a diferentes idiomas, se basaba en el respeto a la autonomía del niño, su autodisciplina y su creatividad.
Trabajaba con niñas y niños pequeños, porque consideraba que su potencial de absorción era como el de una esponja, pero infinita. Hacía especial hincapié en los primeros años de vida: «El niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros», repetía. Lo principal, creía, era dejarlos elegir, en ambientes propicios, sus caminos de aprendizaje. Esto contrastaba fuertemente con los métodos convencionales, estandarizados y basados en la autoridad.
En este modelo, cada niño formula sus propios conceptos y aprende haciendo. Por encima de un docente dominante, es el infante quien, a partir del material didáctico, va estableciendo su propio proceso, con sus tiempos individuales no reglamentados previamente. Así, coexisten en las aulas de Montessori niños y niñas de diferentes edades. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, muchos de ellos/as aprendieron a leer antes de los 6 años.
Estas tempranas experiencias tuvieron repercusión internacional. Muy pronto sus escuelas se multiplicaron en Italia y desde allí fueron replicadas en distintas partes del mundo.
¿Cómo se enseña la libertad?
Ya dijimos que su práctica profesional, rigurosamente científica, derivó en un método y, más tarde, en un modelo educativo. A esta altura de la exposición, resulta necesario describir al menos las características principales de ese método.
Se trata de un tipo de ejercicio basado en la espontaneidad, que proporciona al/la chico/a una ocupación inicial. A partir de los materiales didácticos, los alumnos se enfrentan a determinados problemas, escogiendo su propio trabajo de acuerdo con su interés.
El conocimiento es así percibido por el educando de manera casi inconsciente desde la búsqueda de soluciones y no impartido desde una estructura curricular externa, que solo lo concibe como un receptor pasivo. Los docentes trabajan con cada alumno/a en forma individual y grupal, pero es el niño quien marca su paso y su «velocidad».
Basándose en sus observaciones y conocimientos teóricos —fue contemporánea de Freud y de grandes maestros de la psicología—, Montessori estableció distintas fases o «períodos sensibles» del desarrollo humano. Y a partir de ellos fue capaz de imaginar diferentes formas de aprendizaje, con distintos materiales y enfoques.
Siempre teniendo en cuenta la capacidad absorbente de la mente humana, la autora reconoció cuatro períodos fundamentales:
- Primer período: desde el nacimiento hasta los 6 años. Es el momento crucial del desarrollo psíquico y físico, en el cual el bebé se transforma en el gran explorador sensorial y construye su propia independencia, un concepto central para este modelo. A través de un proceso que inicialmente es inconsciente, el/la niño/a absorbe su entorno y va dando forma a la estructura de su personalidad. Es esta la etapa de adquisición del lenguaje, del interés por los objetos y de la internalización de un orden, el comienzo de una disciplina espontánea que se elabora de los 3 a los 6 años de edad.
- Segundo período: abarca de los 6 a los 12 años. A los enormes cambios físicos (menciona el alargamiento de las piernas, la caída de los dientes de leche, etc.), los acompañan cambios relacionales muy significativos. En sus observaciones, Montessori destaca que de manera espontánea los/as niños/as tienden a trabajar en grupo, a asociarse y socializar —un factor muy importante en su método, que no se valoraba en la escuela tradicional de su época—.
- Tercer período: es el que se extiende entre los 12 y los 18 años: la adolescencia, la pubertad, sexenio de enormes cambios no solo corporales. La pedagoga europea presta aquí una atención especial a las dificultades para concentrarse, los cambios de ánimo y el surgimiento de una fuerza creativa incomparable. También es la etapa de la formación de sentimientos morales, justicieros y de concepciones más ambiciosas sobre el mundo. Desde su mirada evolutiva, el yo adulto adquiere en este lapso (atravesando tormentas e inestabilidades de las que puede dar cuenta cualquier docente, padre o madre que esté leyendo este artículo) su base más firme y perdurable.
- Cuarto período: va de los 18 a los 24 años y comprende la adultez, el trabajo y la independencia económica, el interés por la ciencia y la cultura. La pedagoga italiana no abundó en descripciones de esta última etapa, que de alguna manera le resultaba más difícil de abarcar institucionalmente.
Ahora bien: ¿por qué son tan importantes estos períodos y sus diferencias? La respuesta está en que tienen inevitables consecuencias a la hora de disponer la práctica educativa y diseñar dos elementos primordiales de este método, que son los que el niño utilizará desde el primer instante de su aprendizaje: el ambiente y los materiales didácticos.
A partir de los materiales didácticos, los alumnos se enfrentan a determinados problemas, escogiendo su propio trabajo de acuerdo con su interés. El conocimiento es así percibido por el educando de manera casi inconsciente desde la búsqueda de soluciones y no impartido desde una estructura curricular externa, que solo lo concibe como un receptor pasivo.
La importancia del ambiente en el método educativo
Cada ser humano posee un inmenso potencial intelectual. Como vimos, el objetivo del método es liberarlo. Ya no moldearlo desde afuera, aplicándole una estructura curricular fija y reglas estandarizadas, sino disponer todo lo necesario para que el niño se autodesarrolle y alcance por sí mismo el máximo grado de capacidad. «Ayúdame a hacerlo solo» es una de las frases más citadas de esta educadora y científica.
En ese proceso de aprendizaje, una de las funciones institucionales será proveer un ambiente especialmente estructurado para facilitar ese autodesarrollo. Las características del espacio educativo son tematizadas, por primera vez, como fundamentales.
Es con Montessori que comienzan a ser desechadas las aulas oscuras, frecuentemente sin ventanas, de pizarrones negros y aire denso. Se cuestiona, además, con mucho énfasis, el estatismo obligatorio del alumnado, su inmovilidad como condición reglamentaria.
Si con esta forma de encarar el tema el/la alumno/a deja de ser un receptor pasivo de contenidos externos para trabajar activamente en formarse a sí mismo, esto tendrá un claro correlato en el plano de la movilidad. Ya no será necesario, ni siquiera conveniente ni recomendable, que los/as niños/as se transformen por unas horas en obedientes estatuas, sino que, por el contrario, deben moverse, interactuar con los objetos, interactuar con los demás niños.
Por eso, el «ambiente Montessori» es amplio y abierto, diseñado a la medida de los infantes, con sus estanterías bajas donde todo está «al alcance», donde cada uno trabaja con el material que elige, pero donde también prima un orden, una estética cuidadosa y limpia (son numerosas las menciones a la higiene escolar en sus libros).
Las mesas y las sillas se disponen en función de sus necesidades. El aula se subdivide en áreas temáticas: «vida práctica», «ciencias», «arte» y «lenguaje» son algunas de ellas, iluminadas y plenas de colores que estimulan la percepción. Se promueve así la independencia, la libertad y la autodisciplina.
Los materiales
Si el ambiente es considerado fundamental por esta pedagoga italiana, algo similar ocurre con los materiales. Cada niño/a es libre de elegirlos de acuerdo con su interés. No hay «hora de matemáticas» o turno determinado para aprender Lengua sino que, en su proceso de autoeducación, el/la alumno/a irá espontáneamente en busca de sus objetos.
Estos se caracterizan por exhibir con claridad sus cualidades: se distinguen por peso, forma y tamaño, para educar la percepción. Son de fácil manipulación, atrayentes, diseñados científicamente para potenciar su uso por parte del educando, no para simplificar la tarea del docente.
Abundan la madera, los papeles multiformes, las texturas distintas. Priman los colores fuertes, alegres, que facilitan asociar un concepto abstracto con una experiencia sensorial concreta. Es el reinado de los cubos y las formas geométricas de tres dimensiones.
El rol docente
Mucho se ha teorizado y discutido acerca del rol del docente en esta concepción. Lo primero que salta a la vista en ese aspecto es que en el modelo tradicional el docente dirige el aprendizaje, independientemente de los intereses (y el desempeño) del/la niño/a. Por el contrario, bajo este método científico ideado por la primera mujer médica de Italia, es el/la niño/a quien dirige el aprendizaje y el mayor artífice de su propia evolución.
Esto despertó, y de alguna manera continúa haciéndolo, a más de un siglo de distancia, poderosas reacciones con respecto al debilitamiento de la autoridad docente. Más que un riguroso evaluador, el educador se transforma en un observador que no debe interrumpir ni entorpecer el proceso, sino facilitarlo.
Lo mismo ocurre en cuanto a la competencia entre los alumnos. No hay puntuaciones que sirvan para compararlos, distinguir sus éxitos u oponer sus fracasos. Todo está en función de fomentar que unos aprendan de otros, pero a través de una colaboración grupal que debe surgir, según esta autora, de manera espontánea.
La mujer mundial
Desde la apertura de sus «Casas de Niños», la repercusión del método Montessori fue en aumento. Pese a todas las reacciones que podía despertar por su concepción —a la que podríamos definir como libertaria—, cuando comenzaron a aparecer niños y niñas que, a los 4 o 5 años de edad, habían aprendido a leer y escribir de manera casi «natural», el mundo se conmocionó.
En 1912 viajó a Estados Unidos invitada por Alexander Graham Bell, científico británico nacionalizado que había patentado allí el teléfono unas décadas antes y formaba parte de la élite cultural de ese país. Junto con su hija, propiciaron un verdadero auge del método y el pensamiento de María Montessori en Norteamérica, que se revitalizaría en la década de 1960 con la creación de la American Montessori Association.
A su vez, en Italia, el propio régimen de Mussolini la distinguió como miembro honorario. Decenas de sus escuelas se abrieron con ayuda del Estado y poco después su método comenzó a expandirse en Alemania, por razones de afinidad.
Sin embargo, las críticas que esta inquieta pensadora y activista de la educación destinó a esos regímenes (los acusó de «formar soldados con moldes de brutalidad») culminó con su exilio y el cierre de esos establecimientos. De allí fue a Barcelona, donde ejerció gran influencia. Pero la Guerra Civil volvió a empujarla a cruzar otras fronteras: Holanda, India y Francia fueron testigos de su intenso camino. Y en cada país volvía a empezar…
Consagró su vida a difundir lo que observaba. Publicó valiosos textos con las principales características de su modelo educativo. Soñó con universalizar su método, haciendo del aprendizaje el verdadero motor del progreso humano, basado fundamentalmente en la autonomía del niño y en su felicidad. Propuesta en tres oportunidades para el Premio Nobel de la Paz, falleció en 1952, en los Países Bajos.
Su vigencia en números
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Bibliografía
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