El desafío de educar en valores

¿Cómo formar futuros ciudadanos críticos, pluralistas, democráticos, comprometidos, capaces de ponerse en el lugar del otro?

Casi todos coincidimos en la necesidad de educar a nuestros alumnos para que se conviertan en ciudadanos críticos y comprometidos con su tiempo, hacedores de sociedades democráticas, plurales e inclusivas. Sin embargo, al mismo tiempo, vivimos en una sociedad cada vez más violenta e intolerante, cuya agresividad también está presente en las aulas. Es inevitable, entonces, que nos preguntemos, ¿de qué manera podremos contribuir a preparar ciudadanos que reviertan esta situación en el futuro? ¿Es posible si no empezamos por encarar su presente?

 

¿Valores? ¿Qué valores?

Tanto las autoridades como las instituciones escolares pretenden que los alumnos se formen en determinados valores.
Se podría decir que existe una coincidencia general respecto a la necesidad de formar futuros ciudadanos críticos, pluralistas, democráticos, comprometidos, capaces de «ponerse en el lugar del otro», etc. Pero, muchas veces la realidad nos muestra otra cosa: la violencia escolar en crecimiento, la ausencia de interés por lo que les pasa a otros, la discriminación, la formación de «tribus» que se definen por su oposición a otras, etcétera.
La enumeración anterior no busca ocultar o desconocer muchísimas experiencias que dan cuenta de lo contrario. Sin embargo, quienes transitamos las aulas vemos con preocupación algunos fenómenos relacionados con la violencia –no sólo física– que parecieran ir en aumento y que responden a un patrón social cada vez más complejo.
Al mismo tiempo escuchamos/vemos o leemos en los medios de comunicación y/o presenciamos situaciones en las que los jóvenes tienen conductas que no entendemos o que nos parecen fuera de lugar.
No falta quien afirma que «se perdieron los valores». ¿Será así?
¿De qué valores se habla? ¿De los que predica la sociedad o de los que demuestra con los hechos? ¿Es la escuela LA responsable? ¿En qué lugar quedan la familia, los amigos, etc.?
Un especialista en estas problemáticas afirmó que los valores no se enseñan, aunque sí se aprenden…
La gran pregunta sería cómo. Según los investigadores, es la conducta de las personas lo que denota la internalización o no de ciertos valores, más allá de los que se diga. De manera que si esperamos que nuestros alumnos aprendan determinados valores, tendremos que convertirlos en «acción». ¿Tendremos? ¿Quiénes?

 

La ética de los mínimos

La investigadora Adela Cortina afirma que toda sociedad democrática debería acordar lo que denomina una «ética de mínimos». La «ética de mínimos» representaría una serie de valores compartidos por los miembros de una misma sociedad. Y sería a partir de ellos que cada persona podría elaborar su «ética de máximo». La idea de mínimo se basa en que de esta forma se podría lograr una ética que haga posible la inclusión, es decir, que permita la diversidad moral y cultural presente en las sociedades modernas y pluralistas.
Para acercar a los chicos a esta idea de mínimos podría trabajarse con ellos la actividad propuesta en la Ficha1.

 

Autoridades, alumnos y docentes frente a la «ética de mínimos»

Las instituciones educativas suelen plasmar en sus idearios y en las normas de convivencia sus propias «éticas de mínimos», señalando qué se espera de sus alumnos, docentes y egresados. Ahora bien, más allá de los postulados generales, ¿cómo lo vivimos en su interior? ¿Los adultos demostramos en las aulas, en los pasillos, en la sala de profesores con nuestra conducta que el respeto por el otro –sin importar su edad– es un valor internalizado, por ejemplo? Aunque a veces no resulte fácil por el grado de exposición que tenemos frente a los chicos, no estaría mal que trabajáramos con ellos estas cuestiones que hacen a la convivencia escolar.
Así como en la Ficha1 planteamos la necesidad de revisar la ética de mínimos de la sociedad en la que vivimos, podemos hacer lo mismo con la escuela en general y con un grupo en particular. En este caso, los valores incluidos en la «ética de mínimos» de la institución está en los documentos, tal como se plantea en la Ficha2 Una mirada «hacia adentro».

 

La formación moral: una mirada posible

Para la corriente constructivista, la formación moral de una persona está vinculada con la posibilidad de elaborar juicios críticos justos y de manera autónoma.
Esto suele ponerse en evidencia cuando una persona se encuentra frente a lo que se denomina un dilema moral.
Los dilemas morales encierran un conflicto entre valores o normas que debe ser resuelto. Por lo general, en la resolución de estos conflictos se presentan contradicciones que nos llevan a ponernos en el lugar del otro: es necesario incorporar, a las propias perspectivas, las de otras personas para poder solucionarlos «justamente».
Algunos investigadores afirman que es necesario desarrollar la competencia de los estudiantes para comprender y resolver los conflictos que se presentan en la convivencia cotidiana. De allí que se busque apelar a su capacidad de reflexión, comunicación y resolución, sin hacer mención a mandatos exteriores sino a su propio criterio de justicia relacionado con la «ética de mínimos» de la sociedad.
Ahora bien, de acuerdo con las investigaciones realizadas, la capacidad de comprender y de considerar las posiciones o necesidades de otras personas es una forma de pensamiento que se va desarrollando con el tiempo. Es aquí donde, según estos especialistas, la escuela puede aportar a dicho desarrollo.

Uno de los investigadores que más contribuyó al estudio del desarrollo y del razonamiento moral fue Kolhberg, quien fundamentó su teoría en las propuestas filosóficas de Kant y Rawls, así como en los modelos cognitivos- evolutivos de Piaget y Mead. Entre sus ideas principales se destacan:

  • que el desarrollo de la moralidad en los niños y jóvenes no está relacionado con la transmisión de valores, sino con la experiencia directa a través de la resolución de conflictos;
  • que los sujetos, con el paso del tiempo, suelen adquirir capacidades de autonomía cada vez mayores basadas en sus propias convicciones, alejándose de los criterios de autoridad;
  • ciertos principios o criterios de validez de los juicios morales son independientes de la particularidad del contenido.

Siguiendo el criterio cognitivo-evolutivo, Kolhberg planteó tres niveles (con dos etapas cada uno) que responderían al desarrollo del juicio moral.
Sintetizándolas, es posible diferenciar:

  • Nivel I: Preconvencional: en el que el sujeto tiene un pensamiento egocéntrico e individualista. En la primera etapa no considera los intereses de los demás y en la segunda –aunque reconoce la existencia de estos últimos– suele asociarse sólo con quienes comparten los intereses propios.
  • Nivel II: Convencional: comienza a ponerse en el lugar del otro aunque recién en la segunda etapa puede diferenciar los intereses interpersonales de los de un sistema social más amplio.
  • Nivel III: Postconvencional o de principios: en su primera etapa reconoce el conflicto entre diferentes puntos de vista, tanto morales como legales, aunque encuentra difícil integrarlos. En la segunda etapa, en cambio, reconoce la perspectiva moral que permite llegar a acuerdos.

En definitiva, el modelo de Kolhberg puede ayudarnos a conocer la capacidad que tienen nuestros alumnos para pensar «moralmente» y, por lo tanto, nos puede brindar herramientas para actuar en consecuencia.
Pero también nos permitiría resignificar la manera en que decodificamos algunas actitudes de los chicos: muchos de ellos no actúan de determinada manera porque no tienen valores, sino porque suelen actuar con una lógica muy diferente de la nuestra. Por lo tanto, este modelo podría darnos indicios para comprender cuál es la lógica que están utilizando los chicos y, por lo tanto, hacia dónde deberíamos dirigir nuestros esfuerzos. En definitiva, la tabla de Kolhberg no debe tomarse como un instrumento para «tabular» las actitudes de los alumnos, sino saber en qué lugar están dentro de su proceso de crecimiento moral y hacia dónde se dirigen.

 

Los dilemas morales

Los dilemas morales están considerados como las herramientas por excelencia para el trabajo con valores en el aula. Su utilización pedagógica puede contribuir a desestabilizar la forma en que los alumnos resuelven los problemas y promover en ellos una actitud reflexiva crítica, que los lleve a buscar otros caminos de resolución.
Los dilemas consisten en pequeñas historias en las que un personaje debe tomar una decisión que involucra algún aspecto de su vida cotidiana y que, al mismo tiempo, puede afectar la de otras personas. Lo interesante es que tiene alternativas y cada una de ellas conlleva aspectos positivos y negativos para todos los involucrados.
Por último, es necesario tener en cuenta que los dilemas no tienen respuestas únicas, por lo que importa mucho más que la resolución misma la argumentación acerca de por qué se tomó la decisión que se tomó.

En síntesis, entre las características que debe tener un dilema para que invite a la reflexión y a la discusión ética es posible mencionar:

  • debe plantear una situación en la que haya que tomar una decisión y donde las personas intervinientes se sientan realmente identificadas;
  • tiene que presentar alternativas para escoger;
  • debe incluir personajes colaterales que se vean afectados por la decisión tomada;
  • es indispensable que conduzca a un verdadero conflicto moral basado en el choque de principios o valores.

Trabajar en el aula con un dilema elaborado por el docente que refleje alguna situación conflictiva en el aula o en la institución. Esta pueda convertirse en una herramienta pedagógica que nos acerque a la forma en que nuestros chicos reflexionan acerca de lo que les pasa y nos abra una puerta para revisar, ampliar, cambiar o directamente construir una «ética de mínimos» inclusiva y verdaderamente democrática.

 

 

Bibliografía

  • CORTINA A., El mundo de los valores: ética educación, 1997.
  • KOLHBERG L., Los seis estadios del razonamiento sobre la justicia, San Francisco, 1984.
  • DELVAL J., ENESCO I., Moral, desarrollo y educación, Anaya, Madrid, 1994.