La prevención de las adicciones conductuales un camino difícil
Hablar de prevención en relación a las adicciones conductuales es realmente difícil porque, porque se trata de actividades cotidianas socialmente aceptadas y valoradas (como la dedicación al trabajo) y la cualidad de adicción se la da el tipo de relación que establece la persona, no la actividad en sí.
Existen ciertas características o condiciones individuales, familiares y del contexto social que pueden favorecer, o evitar, que una determinada actividad se convierta en adictiva. Son los denominados factores de riesgo y factores protectores, que desarrollaremos más adelante y nos ayudarán a pensar acciones de prevención. Se trata pues de identificar y contrarrestar los factores de riesgo, a la vez que fortalecemos los factores protectores, es decir, aquellos que reducen la vulnerabilidad del sujeto frente a una adicción.
Los jóvenes y la dependencia de las tecnologías
De las adicciones conductuales actuales, quizás a las que más estén expuestos nuestros jóvenes sean las tecnológicas. Frente a ellas, hay algunas recomendaciones generales a tener en cuenta, como compartir tiempo con los/as niños/as y jóvenes, generar climas de confianza para que se expresen y sientan que pueden ser escuchados en sus dificultades, promover actividades diversas, tanto en lo deportivo como en lo social y artístico, o instalar normas y pautas para el uso de las computadoras y demás artefactos electrónicos (horarios frente a las pantallas, turnos en el uso de videojuegos, computadoras y TV). Pero lo que dará mejor resultado es el desarrollo de habilidades sociales, competencias comunicativas y la educación en la toma de decisiones y el uso responsable de la tecnología.
Desde la institución escolar tenemos que trabajar en conjunto con las familias. Son buenas posibilidades para reflexionar sobre estos aspectos los talleres, grupos de trabajo, charlas informativas y elaboración de materiales (folletos, boletines, revistas, blogs) junto a los alumnos y sus padres.
Existen ciertas características o condiciones individuales, familiares y del contexto social que pueden favorecer, o evitar, que una determinada actividad se convierta en adictiva.
Las «habilidades para la vida»
Los conceptos de «factores de riesgo y factores de protección» han probado ser buenas herramientas para pensar en términos de prevención.
Llamamos factores de riesgo a aquellas condiciones que favorecen o incrementan las posibilidades de que un evento perjudicial ocurra. En nuestro caso, que un individuo se vincule con un objeto de manera tal que se genere una adicción. Estos factores pueden ser de índole individual, familiar, intersubjetivo, social, situacional o contextual.
La existencia de un factor de riesgo no es un determinante, es decir, no significa que haya una relación de causalidad lineal, sino que incrementa las probabilidades de que un sujeto sea más vulnerable. Por ejemplo, que un/a niño/a de diez o doce años pase mucho tiempo solo en su casa o que sus vínculos con sus figuras parentales sean conflictivos, no significa necesariamente que vaya a desarrollar conductas adictivas respecto de Internet, sin embargo, estas condiciones lo hacen vulnerable y favorecen que eso ocurra.
Identificar factores de riesgo no radica en considerarlos con un valor predictivo, sino que nos permite implementar acciones que los neutralicen y desarrollar factores protectores.
Los factores protectores favorecen el desarrollo pleno del sujeto y le proveen herramientas para enfrentar las dificultades y adversidades. Se orientan hacia estilos de vida saludables, fomentan la autonomía y permiten al sujeto asumir sus responsabilidades. Volviendo al ejemplo, a primera vista parecería que no es posible hacer nada ya que no podemos modificar una dinámica familiar o los horarios laborales de los padres. Sin embargo, podemos fomentar en nuestro/a alumno/a actividades grupales, generar espacios como talleres de expresión artística o de prácticas deportivas en el ámbito escolar, en horarios extracurriculares, o promover su interés en alguna tarea que le demande dedicación, es decir, podemos incentivar los factores protectores para moderar los de riesgo.
Relacionado con los conceptos de factores de riesgo y factores de protección, el enfoque de «habilidades para la vida» se centra en el desarrollo de habilidades sociales, prevención de la violencia y la promoción de la salud.
El documento de la OPS, Enfoque de habilidades para la vida para un desarrollo saludable de niños y adolescentes, las categoriza en habilidades sociales, habilidades cognitivas y habilidades para el control de emociones.1
Las habilidades sociales se vinculan con la capacidad de relacionarse, comunicarse y negociar. También con la posibilidad de comprender distintos puntos de vista, ponerse en el lugar del otro y desarrollar relaciones de cooperación. En definitiva, tienen que ver con la posibilidad de establecer relaciones interpersonales constructivas.
Por habilidades cognitivas entendemos la posibilidad de evaluar ventajas y desventajas, resolución de problemas, comprender las consecuencias de los propios actos, toma de decisiones, aceptación de las normas y reconocimiento de los valores.
Finalmente, las habilidades para el control de las emociones tienen que ver con la posibilidad de manejar el estrés, percibir y controlar los propios sentimientos, como por ejemplo el enojo.
El enfoque de las habilidades para la vida apunta a desarrollar, mediante estrategias de promoción y prevención de la salud, habilidades para que los sujetos se fortalezcan ante las adversidades de la vida y encuentren soluciones ante ellas.
Accedé al documento mencionado que desarrolla destrezas para que los adolescentes adquieran las aptitudes necesarias para el desarrollo humano y para enfrentar en forma efectiva los retos de la vida diaria. |
Cuando hablamos de acciones comunitarias no nos referimos a acciones dirigidas a la comunidad, sino a las acciones en cuya producción participa activamente la comunidad.
Con la participación de la comunidad
Cuando hablamos de acciones comunitarias no nos referimos a acciones dirigidas a la comunidad, sino a las acciones en cuya producción participa activamente la comunidad. La intervención comunitaria supone trabajar en, para y con la comunidad, entendiendo el lugar técnico-profesional no como el origen de las propuestas sino, en todo caso, como su vehículo.
La intervención comunitaria consiste en la participación de la comunidad coordinada con las demás instituciones y grupos que influyen en ella para la gestión de un plan comunitario. Solidaridad, convivencia y participación son los pilares sobre los que se apoya nuestra intervención. En un tema tan sensible como el que estamos tratando —la prevención de adicciones y promoción de la salud— esta concepción es fundamental para que las estrategias, en su diseño y gestión, sean exitosas.
Muchas veces en las escuelas se organiza una charla o taller para padres sobre el tema, y luego hay asombro por la escasa asistencia, aunque se trate de un tema muy actual. ¿Qué ocurrió? Quizás la convocatoria no fue bien realizada, no se consultó a los padres si les interesaba el tema o el enfoque, si el horario era el adecuado o si querían participar del diseño de la propuesta. Así incurrimos en un desgaste de tiempo y esfuerzo que no resulta fructífero.
Las actividades, talleres, reuniones, charlas deben estar pensadas desde la comunidad, de lo contrario corremos el riesgo de suponer lo que interesa. Pero ¿se siente el invitado realmente interpelado e interesado? Por eso la escuela no puede trabajar en forma aislada sino, por el contrario, como agente promotor de las acciones comunitarias.
Nota
|