El reconocimiento del otro en la escuela (2da parte). Aportes desde la pedagogía de la alteridad

En el artículo anterior reflexionamos acerca de la noción de alteridad, la pedagogía de la alteridad y sobre la importancia de la mirada. Continuemos profundizando sobre la mirada, que reconoce lo singular pero también descubre lo que iguala, y el valor de la palabra, de la voz de cada uno.

 

La mirada ética 

Hace un tiempo, Carlos Skliar explicaba en una conferencia que la primera mirada de la diferencia es la idea de igualdad. Mirarnos y reconocernos como iguales es un gesto tan natural como esa primera mirada en la que reconocemos y habilitamos al otro como par. Al visibilizarnos nos reconocemos como iguales en la diferencia sin que esta se entienda como «lo distinto, lo que es una excepción». Y, en este sentido, educar se convierte en un gesto inicial de igualdad.
En la educación, señala Skliar, se pueden prevenir las miradas que matan porque «mirar con malos ojos» estigmatiza y genera desigualdad. Es el caso de la mirada que encasilla, esquematiza, segrega y recorta. Se naturaliza lo que no es habitual para excluir y hacer emerger en el otro la diferencia en términos de carencia. En cambio, «mirar con buenos ojos» habilita las miradas limpias que perciben la valía de lo singular, que permiten existir y aprender aceptando y valorando la diversidad.
La mirada ética exige modos de educar y de aprender que apuesten a la comprensión, la aceptación y el reconocimiento de la singularidad del otro y su situación concreta sin prejuicios ni valoraciones peyorativas.
Innegablemente, a través de la mirada los maestros establecemos relaciones con los estudiantes, con esos otros diversos y diferentes en los que nuestra mirada dejará una huella. De allí la necesidad de aprender a mirar, porque las formas de mirar determinan modos de relacionarse y de actuar.
En este camino de enrolan las pedagogías de las diferencias en plural, entre las que se incluye la pedagogía de la alteridad. Pedagogías que entienden que el relato del otro puede cambiar el rumbo, pedagogías que permiten subvertir el orden de lo que se considera «normal» reivindicando aquello que nos distingue.

 


Accedé a material sobre la mirada y el reconocimiento, que ofrece recursos (cuentos, películas, obras pictóricas, fotografías) para reflexionar y debatir entre los adultos y con los chicos.

 

La mirada ética exige modos de educar y de aprender que apuesten a la comprensión, la aceptación y el reconocimiento de la singularidad del otro y su situación concreta sin prejuicios ni valoraciones peyorativas.

 

 

La recuperación de la palabra 

Los seres humanos somos seres lingüísticos; somos lenguaje, diálogo, palabra. Diariamente en nuestras interacciones expresamos ideas, deseos y pensamientos; interrogamos, sugerimos, recomendamos, juzgamos, invitamos, explicamos, criticamos, y en estos cientos de actos del habla en los que participamos ejercemos efectos en los otros y cada vez que lo hacemos nos comprometemos con ellos, con nosotros y también con la comunidad en la cual hablamos.
Es a través del lenguaje que imaginamos y re-creamos el mundo.
Nuestras experiencias se realizan desde el lenguaje y, al narrarlas, dotamos de sentido nuestra existencia.  Por esta razón, la pedagogía de la alteridad se propone recuperar la palabra, la propia, la del otro, la nuestra.
En el plano educativo esto supone aceptar y valorar la existencia de múltiples voces; tomar la palabra que ha sido silenciada por diferentes causas políticas, ideológicas, culturales, disputas entre el saber y el poder, etc., que impidieron que alguien manifestara su pensamiento, sus ideas, su opinión dentro del aula. Esta cuestión surge en clara alusión a los educadores que recurren a la transmisión y repetición de conocimientos, aquellos que no dejan lugar para la manifestación de la diferencia, ni la propia y ni la del otro. Docentes que olvidan la presencia del otro desconociendo que, si el otro no estuviera, no habría palabra ni posibilidad de relación y, mucho menos, existencia.
En la relación educativa que reconoce la alteridad, el docente se apasiona por la palabra. Por eso genera las condiciones para que en la clase circule la palabra de todos, para que se entremezclen las voces, los discursos, los argumentos, los conceptos, de manera que el conocimiento se construya en forma colectiva a partir del aporte de todos y cada uno.
De esta manera, en la pedagogía de la alteridad, la relación con el otro no puede pensarse como una relación de poder, por el contrario, es una relación de acogimiento en la que se otorga transcendencia al otro dándole nombre, corporeidad y, fundamentalmente, voz para que pueda pronunciar su palabra e interactuar con los otros enriqueciéndose en un aprendizaje mutuo, favoreciendo, en consecuencia, el desarrollo de personas libres y comprometidas.

 

La relación docente-alumno supone el compromiso del maestro de hacerse cargo del alumno, aceptándolo por lo que es, como persona, con su circunstancia concreta, con sus características personales, su historia y sus condiciones socioculturales.

 

La posibilidad de aprender juntos significa que docentes y alumnos colaboren en la construcción de sentidos. Ellos actúan, participan y aportan ideas y conocimientos que, a su vez, generarán nuevos saberes, en un proceso constante de intercambio donde todos hablen, escuchen y construyan significados compartidos. En este proceso de construcción de significados juegan un papel esencial la mirada, los gestos, los movimientos del cuerpo, el tono de voz, como así también el clima o ambiente de la clase.
En la palabra del otro reconocemos la diferencia y nos comprendemos con los otros y con nosotros porque lo diferente es nuestra propia voz, una voz que se niega a repetirse en el otro y asegura que el otro tenga su propia identidad.
Las relaciones que establecemos a través de la palabra marcan encuentros y desencuentros que dejan entrever diversos modos de mirar e interpretar el mundo propio y el ajeno, abriéndose al otro y para el otro.

 


Accedé a un artículo que analiza la actitud de acogida y compromiso del maestro con el educando, es decir, el hacerse cargo de él.

 

 

Para concluir 

La pedagogía de la alteridad se convierte en una oportunidad para el encuentro con otros, singulares y diversos, en una relación que nos coloca cara a cara con las diferencias. Estas diferencias se aceptan como constitutivas en los seres humanos y nos imponen hacernos cargo de los demás en una experiencia compartida. En esta tarea el docente con su deseo, su palabra, su mirada comprensiva reconoce al educando y le demuestra que es importante, que puede, que es valioso, y que por eso tiene la posibilidad de expresarse, le ofrece respuestas y lo «sacude» para configurar nuevos modos de concebir el mundo.

En definitiva, enseñar entraña una obligación ética que tiene como fin la formación de personas capaces de interrogarse a sí mismas y también de cuestionar la realidad sin aceptar lo que le es dado, porque como propone Hannah Arendt: «si no educamos para la vida moral, para asumir nuestra responsabilidad, para hacernos cargo del otro, para tomar sobre nuestros hombros la carga de la construcción de una sociedad justa y solidaria, no estaremos educando» y de otro modo, ¿para qué educamos?

 

Bibliografía

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