Un cuento para proteger la especie

El 29 de noviembre es el día internacional del yaguareté, especie en extinción —esencial para mantener la salud de los ecosistemas— de la que, en Argentina, solo quedan alrededor de 200 ejemplares.

«La conservación de este felino va mucho más allá de la protección de una sola especie» ya que, como afirman los científicos y ecologistas de la Fundación Vida Silvestre, «es fundamental para mantener los bosques saludables, las reservas de carbono, la biodiversidad, la disponibilidad de agua y el patrimonio natural y cultural».

Por eso, le dedicaremos este artículo. El modo de hacerlo, será a través del cuento ¿Tenemos lugar en el balcón para un yaguareté?, una historia que escribí pensando en que la leerían, juntos, alumnos y maestros.

¿Tenemos lugar en el balcón para un yaguareté?

«Porque todas las criaturas están conectadas,
cada una debe ser valorada con afecto y admiración,
y todos los seres nos necesitamos unos a otros».
Encíclica Laudato Si

 

—¿Tenemos lugar en el patio o en el balcón para traer un yaguareté? —preguntó Martín, el hermanito de Lola, que pedía permiso para todo.
—¿Qué? —exclamó mamá con los ojos más abiertos que cuando se encaprichó con adoptar un león (ella no… ¡Martín!).
Su intención era buena. Escuchó que se trataba de una especie en extinción y quiso hacer algo para salvarla.
—Te juro que me voy a encargar de cuidarlo, de darle de comer, de bañarlo y de llevarlo a pasear —prometió.
Lo que él no entendía era que el yaguareté no podía vivir en cautiverio y que necesitaba espacio para correr como en la selva, su hábitat natural. Nuestro patio era bastante grande, pero no lo suficiente.
Tan triste estaba Martín que hizo lo que hacía siempre (siempre que andaba triste o nervioso): escribir con letra grandota y apurada, apretando fuerte el lápiz sobre la hoja.
Cuando lo veíamos contento o tranquilo, también corría a buscar un lápiz.  Sin embargo, en esas ocasiones, sus trazos eran suaves y las letras le salían redonditas y pequeñas como esas hormigas que solían aparecer en el cordón de la vereda.
Aquella tarde se me ocurrió preguntarle si se sentía triste porque no podía tener un yaguareté como mascota.  Su respuesta fue tan convincente que me sorprendió:
—No —respondió con seguridad—, estoy triste porque cada vez quedan menos de estos hermosos animales. Hace algunos años podían encontrarse en muchas regiones de América, desde México hasta el sur de Argentina, pero se fueron extinguiendo y la población actual de yaguaretés no llega ni a 300 alrededor del mundo.
—Por eso escribo ¿ves? —y agregó—, ¡es mi modo de salvar al planeta!
Fue entonces cuando le pedí prestado su cuaderno y el secreto de Martín se reveló. Escribía porque había decidido que, para convertir a la Tierra en un mejor lugar para vivir, necesitábamos palabras.
Palabras que ahorraran energía y frenaran el cambio climático.
Palabras que preservaran las especies en extinción.
Palabras que quitaran los plásticos de los océanos.
Palabras que cuidaran el agua y el aire.
Palabras que hicieran del mundo un hogar más justo.
Palabras-semilla que plantaran árboles nuevos y abrazaran a los que ya existían para que a nadie se les ocurriese talarlos.
Volví a abrir el cuaderno y otra vez me sorprendí. En cada página, Martín había dibujado un cartelito rojo con un pedido.
Por ejemplo: «¡Por favor no dejen la canilla abierta mientras se cepillan los dientes!» O: «¡Acuérdense de arrojar los papeles al cesto y de no ensuciar la playa!»
El que más me gustó fue el de la última hoja. Decía, con letra bien prolija:
«Por favor escuchen a los chicos que piensan distinto a ustedes.  Para aprender, para comprender, para hacer nuevos amigos y para crecer… nunca olviden que todos somos igual de diferentes».
Ahora Martincito ya es un señor grande igual que yo; tiene su propia casa donde vive con su esposa, sus tres hijos y uno de sus nietos.
Y aunque se ríe cuando le recuerdan la anécdota del yaguareté, hay muchas cosas que no cambiaron: continúa escribiendo sus sueños para que se cumplan y, cada tanto, pregunta:
—¿Habrá lugar en el balcón o el patio para plantar más arbustos en extinción?

Silvia Gabriela Vázquez, 2024

 

 

El aula, un lugar para generar conciencia socio-ambiental

En las fichas que acompañan este artículo se desarrollan actividades que orientan al docente en el camino para trabajar la conciencia socio-ambiental con los niños y las niñas en el aula, tanto de Primero, como de Segundo Ciclo.

En artículos anteriores (entre ellos, 7 Modos de desarrollar la empatía en el aula, Ser solidarios nos vuelve más felices y Cómo fomentar la comprensión) hemos hecho hincapié en la importancia de fortalecer en los niños la reflexión —desde un punto de vista humano e intelectual—, así como la solidaridad y la empatía. Una escuela que dedica tiempo y espacio cada día para favorecer el cuidado responsable del entorno —las personas y el ambiente— es una escuela comprometida con el futuro y con la vida.

 


Releé los artículos de la autora mencionados en el párrafo anterior, publicados en Conexión Docente.

 

 


Descargá, en formato imprimible, las Fichas de actividades sugeridas para trabajar en el aula.

 

Nota

  1. La autora dicta talleres virtuales en los que promueve el compromiso socio-ambiental a través de cuentos y poemas. Información sobre los talleres y material bibliográfico de Silvia Gabriela Vázquez en: https://mentesalacarta.com/conferencistas-capacitadores-coaches/silvia-gabriela
    Contacto: lic.silviagabrielavazquez.rse@gmail.com  Instagram: @gabrielavazquezok